‘ESPÍA A UNA MUJER QUE SE MATA’: VERONESE DESNUDA AL ‘TÍO VANIA’ DE CHÉJOV Y LOGRA UNA OBRA MAESTRA CON UNA MEMORABLE ACTUACIÓN DE GINÉS GARCÍA MILLÁN

CALIFICACIÓN.- OBRA MAESTRA: 10

‘Espía a una mujer que se mata’ -que se representa en el Valle Inclán- es sin duda una de las OBRAS MAESTRAS de este 2017. Basándose en ‘Tío Vania’ de Chéjov, el argentino Daniel Veronese despoja de artificios la obra del genio ruso y realiza una adaptación que ya está entre las mejores que se han hecho en España de esta famosísima historia. Ginés García Millán, que nos deja para el recuerdo una monumental interpretación, está al frente de un espléndido reparto formado por Natalia Verbeke, Jorge Bosch, Pedro García de las Heras, Marina Salas, Malena Gutiérrez y una de las grandes de nuestro teatro, Susi Sánchez.

No me salen los calificativos para definir la actuación de Ginés García Millán dando vida a ‘Tío Vania’, uno de los personajes más representados en la historia del teatro. Lo que hace este hombre en la Sala Francisco Nieva es indescriptible. ¡Hay que verlo en persona para sentirlo!. Lo único que puedo confesar es que a mí me conmovió profundamente y me llegó al alma como un misil. Con permiso de Manuela Paso en ‘La función por hacer’, creo que nunca he visto llorar a nadie así en una sala de teatro. ¡Qué manera de romperse…. qué forma de llorar desconsoladamente!. Lo que marca la diferencia entre él y la mayoría de actores, es que Ginés llora DE VERDAD, lo siente de verdad y ese dolor llega al público sin trampa ni cartón, poniéndole la carne de gallina. Sus lágrimas brotaban de sus ojos y parecían salir directamente de las entrañas. Los que estábamos allí nos dimos cuenta de que aquello era MAGIA y fuimos conscientes de que el ‘Tío Vanía’ que escribió Chéjov hace más de un siglo parecía estar escrito para Ginés. Lo que ocurre en el Valle Inclán es una de esas cosas mágicas que suceden a veces en el teatro cuando actor y personaje alcanzan una comunión perfecta. Por eso la interpretación de Ginés García Millán y su descarnado ‘Tío Vanía’ serán recordados por muchos años. ¡Memorable!.

Sin restarle méritos al extraordinario trabajo del actor, una buena parte del éxito lo tenemos que achacar a Veronese. Y es que en, ‘Espía a una mujer que se mata’, el argentino ha desnudado al ‘Tío Vanía’ de Chéjov con su toque de maestría, despojándolo de cualquier artificio y reduciéndolo totalmente a su esencia. Por eso, el existencialismo presente en la obra del autor ruso y la dureza del texto llegan como misiles al patio de butacas. En esto tiene mucho que ver la puesta en escena planteada por Veronese en la que los espectadores están situados a escasos metros de los actores. El espacio escénico diseñado por el argentino no puede ser más básico; se reduce a una pequeña habitación en forma de cubo, con solo dos paredes unidas en ángulo recto y con dos puertas en cada uno de los extremos. En una de las paredes, hay una ventanita semicircular con una pequeña apertura a través de la cual,  la gente que está al otro lado de la pared puede espiar y asomarse -como así ocurre en varios momentos de la obra-. La escenografía se completa con una mesa, tres sillas, una botella y muchos vasos. Veronese tenía clara una cosa; al ‘Tío Vanía’ se le puede despojar de su casa palaciega, de las vestimentas e incluso de esa música bucólica que le da majestuosidad al montaje, pero lo que nunca le puedes quitar es el alcohol. El alcohol es vital en todos los personajes de la historia -menos Sonia- que necesitan ahogar ahí sus penas y sus hastíos. Los personajes hablan y beben y, precisamente, el constante trasiego de los vasos y de la botella, unido al continuo movimiento de los actores hacen de este montaje un engranaje perfecto, que funciona como un reloj. El ritmo no decae ni un solo instante y todo transcurre progresivamente hasta la escena crucial donde se alcanza el clímax y Ginés García Millán llora como un niño siendo consciente de que la vida se le ha escapado con un millón de sueños rotos. 

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Imagen de la escena cumbre de la obra. Vania (Ginés García Millán) pierde los nervios y está a punto de cometer una locura, matando a Serebriakov (Fernando G. de las Heras). Susi Sánchez, Natalia Verbeke y Malena Gutiérrez miran asustadas.

A lo largo de ochenta minutos, Veronese va perfilando su obra maestra y nos da una lección de dirección y puesta en escena. Como ya demostró en sus anteriores trabajos, ‘Invencible’ y sobre todo en ‘Bajo Terapia’, el argentino es un genio a la hora de dirigir a los actores, no sólo cuando están hablando, sino también cuando no tienen texto. Les hace moverse y les obliga a ‘actuar’ sin palabras. Muchas veces una mirada o un simple gesto dicen más que mil palabras, y si no que se lo digan a Marina Salas (Sonia) y su conmovedora forma de mirar a Jorge Bosch (Astrov), de comérselo con los ojos durante toda la obra. El montaje de ‘Espía a una mujer que se mata’ es un prodigio a nivel de dirección. Es increíble cómo los actores dicen el texto, cómo se miran los unos a los otros y la complicidad tan grande que se crea en el escenario. Las transiciones son rápidas, las escenas se encadenan sin pérdida de tiempo, a veces se pisan unos diálogos con otros, de una manera natural. Todo transcurre a velocidad de crucero y, a medida que pasan los minutos, te vas dando cuenta de que estás ante un montaje extraordinario y de que lo que están haciendo allí los actores es DE VERDAD. 

Este Vanía es una delicatessen constante salpicada de juegos metateatrales. Veronese comienza su obra con uno entre Serebriakov (Pedro García de las Heras) y su hija Sonia (Marina Salas) y sigue utilizando este mismo recurso a lo largo de todo el montaje. No tienen precio las escenas entre Ginés García Millán y Jorge Bosch recreando, entre vodka y vodka, a ‘Las Criadas’ de Genet’. Sobre todo, la última, con los dos rotos de dolor, es de una calidad interpretativa impresionante. Jorge Bosch está espléndido dando vida a Astrov, ese médico rural que se enamora perdidamente de Elena (Natalia Verbeke) y por el que, a su vez, bebe los vientos Sonia (Marina Salas). Esta última nos cautiva, una vez más, con su frescura y su naturalidad transmitiendo, como nadie, la pureza y la inocencia de su personaje. La escena en la que se declara a Jorge Bosch es maravillosa. ¡Grande Marina Salas, qué futuro tiene por delante!. Magnífico también Pedro García de Las Heras, con mucha fuerza sobre el escenario, encarnando a Serebriakov, el marido de Elena, a la que interpreta la bellísima Natalia Verbeke.  Elena está en un cruce de caminos, suspiran por ella dos hombres, además de su marido; Astrov y Tío Vania. Verbeke está estupenda interpretando a esa mujer contenida y aparentemente serena que, en un momento dado, se descuida y baja la guardia con fatales consecuencias para ella. En medio de tanto drama es muy de agradecer el personaje de Teleguin a la que da vida Malena Gutiérrez, graciosísima durante toda la obra aportando esa dosis de humor tan necesaria. ¡Divertidísimas todas sus cuñas sobre los pavos!. Completa el reparto una grande de nuestra escena; Susi Sánchez que nos deleita con su imponente presencia dando vida a María, la madre de Vanía. Me quedo con su elegancia paseando ese vestido azul intenso y con todas sus miradas en la escena cumbre; de cómo mira a Vania, de cómo mira a Sonia… Precisamente, la desnudez de las miradas y el desvestir de Veronese a ‘Tio Vanía’ es lo que hacen de este montaje uno de los mejores de 2017.

Aldo Ruiz

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