CALIFICACIÓN.- OBRA MAESTRA: 10
‘El minuto del payaso’ es una de esas obras que nadie debería perderse. En la Sala Margarita Xirgu del Teatro Español, Luis Bermejo compone un portentoso monólogo que se recordará por mucho tiempo. El genial actor se mete en la piel de Amaro Junior, un payaso gruñón y cascarrabias que te llega al corazón, y que te provoca, no sólo una sonrisa, sino cientos de carcajadas en una historia completamente inolvidable.
‘¿Por qué tanta gente se siente sola si estamos rodeados de millones de personas? Precisamente, para eso estamos los payasos, para que nadie se sienta solo, para sacaros una sonrisa, para poner nuestro corazón en vuestras manos’. Con estas conmovedoras palabras, Luis Bermejo concluye un memorable monólogo en el que, no sólo nos entrega su corazón, sino también el alma entera. En un colosal despliegue de interpretación, el actor nos deleita durante 75 minutos dando vida a un peculiar payaso que tiene como lema una conocida frase de Oscar Wilde: ‘Si quieres que los demás conozcan la verdad, hazlos reír, si no, te matarán’.
La historia transcurre mientras se está celebrando el Festival del homenaje al circo, una función benéfica en la que tienen cabida todo tipo de números circenses. Allí, entre la neblina, descubrimos a Amaro Junior, un veterano payaso, de aspecto bastante patético, que se esconde tras unas trasnochadas gafas. Mientras espera que le llegue su turno, él repasa y evoca momentos de su pasado, donde nos confiesa la relación con su familia y nos cuenta las batallitas de su larga y, según él, exitosa carrera. Durante los primeros minutos, le vemos enfadado, resentido, lleno de rabia, gritándose así mismo: «Afloja… afloja… No te encorajines». Es, entonces, cuando empezamos a escuchar su relato y conocemos que él es hijo del famosísimo payaso Amaro, quien le inculcó su amor por el circo. Desde que era un niño ha tenido que llevar, sobre sus espaldas, la pesada losa de seguir la estela de una prestigiosa extirpe circense; su padre, su abuelo, su madre -la mujer forzuda-, las hermanas siamesas de su madre… Todos pertenecían a ese fascinante mundo, en el que él soñaba con ser domador de elefantes, pero que tuvo que conformarse con ser payaso como su padre, por eso le odia. Al menos, tuvo la suerte de ser el payaso tonto, el que recibe las botefadas. «Es mejor recibir las hostias, que él que las da. Como decía Socrates, es mejor sufrir la injusticia que cometerla».
Luis Bermejo se mete en la piel de un hombre invadido por el resentimiento y por el dolor aunque, pronto, nos daremos cuenta que es sólo fachada, y que, en el fondo, todo en él, es ternura. Precisamente, en una de las mejores escenas de la función vemos que, cuando él está triste, se va al parque y hace su rutina de payaso para sacarle una sonrisa a los más pequeños. Entonces, y solo entonces, se siente un hombre feliz. Es una escena realmente emocionante. En tan solo unos segundos, Luis Bermejo pasa de ser un cascarrabias odioso y resentido, a un pobre hombre solo y desvalido, que fuera del escenario, está lleno de miedos. A partir de aquí, el espectador cambiará radicalmente su visión hacia Amaro Junior, y empezará a quererle.
Desde este momento, el personaje sube y baja como una noria. Nos hace reír a carcajada limpia en el genial sketch de la merienda en el que un ‘pañito’ acaba convirtiéndose en el indiscutible protagonista de la obra. ¡Absolutamente genial. Me quito el sombrero ante el talento y la genialidad de Luis Bermejo!. Después, nos hace llorar cuando relata la única vez que ha sentido amor por alguien. Fue a los 14 años. Ella se llamaba ‘Lublú’, una artista ecuestre de la que estaba perdidamente enamorado y que le hacía sentir como un lobo amaestrado. Ahí, en el centro del escenario, el actor se derrumba y le brotan unas lágrimas que le salen del alma; lágrimas que, pronto desaparecen al pronunciar ‘Papapancho’, el grito de guerra de Amaro Junior, un mecanismo de defensa que él siempre utiliza cuando está triste y que le devuelve, inmediatamente, la ilusión. En ese instante, Luis Bermejo coge la guitarra, empieza a interactuar con el público, y la locura se desata en el Teatro Español. ‘Papapanchooooooo, Papapanchooooooo’. El clamor, entonces, se apodera de la sala.
Y ahí, precisamente, radica la diferencia entre ‘El minuto del payaso’ y otras fantásticas obras. Es evidente que nos encontramos ante un magnífico texto de José Ramón Fernández. Y, por supuesto, que la dirección de Fernando Soto es espectacular, así como la iluminación de Vizuete, y la escenografía de Boromello y Meloni. Pero lo que hace que, esta obra sea especial, es el impresionante don que tiene Luis Bermejo para la improvisación y su extraordinario dominio del escenario. De hecho, llega un momento en que hace que te olvides de que estás en una sala de teatro, y simplemente te dejas llevar. En ese instante mágico puedes sentir que eso es la felicidad. ¡Increíble!. A lo largo de esta fascinante historia, Luis Bermejo nos acompaña en un viaje inolvidable en el que pasamos por el odio, el resentimiento, la compasión, la ternura, las risas, la emoción, la alegría y que termina, finalmente, con la felicidad. En solo 75 minutos este inmenso actor es capaz de hacernos felices. Y el público se lo recompensa, puesto en pie, con una tremenda y sonora ovación, de esas que no se escuchaban en un sala de teatro desde hace tiempo. Creo que sobran las palabras. Por nada del mundo deberías perderte esta obra. ¿Qué sería de este mundo si no existieran los payasos?