CALIFICACIÓN.- NOTABLE: 7’5
Durante los fines de semana (Viernes, Sábado y Domingo), La ‘Sala Intemperie’ acoge uno de los montajes más sugerentes que hay ahora mismo en la capital, ‘El niño de la tele’. Un monólogo que transita entre el Stand-Up y el teatro documental, en el que Rubén Ramírez -el que fuera niño prodigio de la televisión en los años 90- nos cuenta su historial real de cómo ha pasado de ser una estrella de la pequeña pantalla a convertirse en un juguete roto. Ahora, a sus 30 años, trabaja como carpintero en el taller de su padre, pero Rubén no se siente feliz. Él pide una segunda oportunidad para regresar al lugar del que nunca debió salir; el escenario.

Rubén Ramírez, a sus 30 años, nos relata su vida en ‘El niño de la tele’.
Más allá del análisis teatral, ‘El niño de la tele’ es un monólogo que debería ver todo el mundo y que invita a la reflexión más profunda. Nos enseña -por si no lo sabíamos todavía- que la vida es una noria y que hoy estamos arriba, pero que mañana podemos bajar a una velocidad de vértigo sin ninguna razón aparente. Por eso, ‘El niño de la tele’, aparte de dejarnos momentos muy divertidos y llenos de nostalgia, también nos da de bruces contra la realidad y nos recalca, de manera ácida, lo cruel que puede ser la vida cuando tocas el cielo con las manos y luego, abruptamente, te sitúa otra vez en la tierra.
Rubén Ramírez -al que todos hemos visto alguna vez por televisión, sobre todo los de una determinada generación- se hizo famoso en nuestro país con tan sólo 10 años gracias a su don como imitador. Era gracioso como él solo y no había personaje que se le resistiera. Durante años se paseó de plató en plató, y se codeó con la flor y nata de los presentadores de este país. Parecía que se iba a comer el mundo pero se fue haciendo mayor y, poco a poco, se fueron olvidando de él. Hasta que desapareció por completo y el teléfono nunca volvió a sonar. Hoy, con 30 años, con una carrera y un máster, no encuentra trabajo, como tantos y tantos jóvenes en este país. Y, para ganarse la vida, trabaja como carpintero en el taller de su padre. Profesión, por cierto, que detesta. No porque sea poco respetable -en absoluto-, sino porque lo suyo es imitar y entretener al público.
Tras estar mucho tiempo desaparecido, la ‘Sala Intemperie’ ha tenido la grandísima idea de recuperarlo para el gran público -o pequeño en este caso- Y, nosotros, que nos alegramos. En un monólogo muy divertido, Rubén nos va contando su vida con crudeza, con acidez y con algunos toques de nostalgia -a veces se pasa un poco de la rosca excediéndose en el dramatismo de la historia, creo que no es necesario-. Rubén ya está cansado del martillo y los clavos y quiere volver al lugar del que nunca debió marcharse; el escenario.
Marc G. de la Varga, guionista de televisión y director de teatro, entre otras cosas, dirige con brillantez este montaje imprimiéndole un toque muy televisivo. Él, y el propio Rubén, son los autores del texto y han estructurado la historia como si fuera un videojuego en el que Rubén tiene que ir pasando distintos niveles que representan las distintas etapas de su vida. La escenografía está compuesta por un pequeño decorado y tres televisores que juegan un papel fundamental en el montaje. A medida que Rubén va relatando su historia, nos invade la nostalgia cuando vemos varias apariciones suyas en televisión -cuando él era un niño- codeándose con las grandes estrellas de la pequeña pantalla de los 90. Además, durante el relato -y de manera muy acertada- se van proyectando imágenes que nos sitúan en el contexto político, social y deportivo de la época.
Durante hora y media aproximadamente, Rubén Ramírez vuelve a ser feliz. Nos entretiene y nos encandila dejando claro que él vale para estar ahí arriba encima del escenario. Aunque ahora tenga 30 años, sigue teniendo la misma gracia que siempre le caracterizó y una enorme simpatía.
Como producto teatral, ‘El niño de la tele’ está muy conseguido y, el público -con el que Rubén interactúa en muchos momentos de la función-, se lo pasa en grande. El cóctel que han elaborado, hábilmente, Marc G. de la Varga y Rubén Ramírez tiene todos los ingredientes necesarios para sea un éxito. Hay momentos para la nostalgia, otros en los que Rubén expresa su rabia o su impotencia. Algunos, muy divertidos, y también los hay especialmente ácidos. Como colofón, aquel chavalín con gafas que cautivó a la España de los noventa, -ahora convertido en un hombre-, se pone delante del micrófono y nos deleita con una serie ‘acrobática’ de imitaciones, dejando claro que él no ha tirado la toalla, y quiere seguir dando guerra.
Aldo Ruiz
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