‘ENSAYO’: MARÍA MORALES ALZA SUS MANOS Y RESPLANDECE EN MEDIO DE LA VORÁGINE DIALÉCTICA Y FILOSÓFICA PROVOCADA POR RAMBERT

CALIFICACIÓN.- NOTABLE: 7

Tras triunfar con ‘La Clausura del Amor’, Pascal Rambert regresa a los escenarios españoles con ‘Ensayo’, obra de la que es autor, director y escenógrafo. Hasta el próximo domingo, en el Teatro Kamikaze, los espectadores pueden disfrutar de este complicadísimo texto que está cosechando un gran éxito de crítica y publico, y que está protagonizado por cuatro grandes de nuestra escena; Fernanda Orazi, María Morales, Jesús Noguero e Israel Elejalde. 
Ensayo escena 1 © vanessa rabade

Israel Elejalde, Fernanda Orazi, Jesús Noguero y María Morales, los cuatro protagonistas de ‘Ensayo’. Fotografía: Vanessa Rábade.

Reconozco que Pascal Rambert no es santo de mi devoción. Ya me ocurrió en ‘La Clausura del Amor’ y me ha vuelto a pasar en ‘Ensayo’. No me gusta su estilo. Se me atraganta. El dramaturgo francés escribe unos textos densísimos, farragosos y desbordantes de contenido en los que cada palabra, cada frase o cada párrafo contienen una carga filosófica tremenda. De hecho, antes de digerir una frase, ya te viene otra de golpe, -aún más profunda si cabe-, y a una velocidad vertiginosa. El teatro de Rambert no es fácil de ver ni de digerir. Solo había que ver las caras de los espectadores que el sábado 30 de septiembre llenaban el patio de butacas del Kamikaze. La mayoría ponían cara de poker ante lo que se les estaba viniendo encima. 

Si en ‘La Clausura del Amor’, el prestigioso dramaturgo nos planteaba una estructura narrativa con dos monólogos (Uno de Elejalde y otro de Bárbara Lennie) de 45 minutos cada uno, aquí Rambert nos brinda cuatro monólogos de unos 30 minutos de duración. Y, por supuesto, siguiendo fiel a su estilo, el francés ha creado un texto complicadísimo en el que se abordan cientos de temas trascendentales, a un ritmo diabólico. Nadie duda de que sea interesante el contenido pero, es tal la densidad y la intensidad, que no puedes digerir tanta información e, incluso, hay momentos en que te llegas a perder. Es lo que ocurre con el primer monólogo, el de Fernanda Orazi. Imagínense; llegas al teatro y, antes de que te acomodes bien en la butaca, se te viene encima un auténtico vendaval de palabras y gritos. Entonces, a medida que van pasando los minutos, de forma natural, acabas desconectando. Igual es, porque era el primer monólogo y aún no habíamos  entrado en la asfixiante atmósfera creada por Rambert, pero a mí me resultó completamente cargante, no podía seguir el ritmo impuesto por la actriz y la cabeza me decía: -‘Basta’. Y así fue, desconecté por completó, y eso que Orazi es una actriz por la que siento debilidad y me fascinan sus trabajos con Messiez. Nadie puede poner en duda que Fernanda se deja el alma en el escenario, sin embargo, su actuación no convence en absoluto. Precisamente, cuando más me gusta, es en los monólogos del resto de sus compañeros. Ahí brilla con la expresión no verbal; sus miradas, sus gestos, sus lágrimas, su caminar perdido… Ahí apareció la Fernanda que estaba deseando ver al principio.

En este montaje de Rambert, los cuatro protagonistas se encuentran en pleno ensayo de una obra de teatro. Y en un paréntesis del mismo, se produce toda esa explosión de emociones y ese cruce de reproches y de verdades entre unos y otros. Si Fernanda Orazi es la encargada de abrir el fuego, después le llega el turno a María Morales y, con ella, irrumpe la calma en el Kamikaze. Tras la tempestad desatada por Orazi, con María aparece la luz, la templanza, ese oasis tan necesario en mitad de un inmenso desierto. Es increíble cómo mira esta mujer, cómo dice las cosas y cómo siente cada una de las palabras. A medida que va interpretando su monólogo, con esa paz y esa fuerza al mismo tiempo, nos va hipnotizando y nos va estremeciendo. El momento en que ella se sienta en las escaleras buscando los ojos de cada espectador, y nos habla de la importancia que tienen las manos en nuestro cuerpo, ese momento es completamente mágico, al igual que cuando se levanta y confiesa que ha amado a sus dos compañeros, a Jesús y a Israel, a cada uno por unas razones diferentes. En una frase, le confiesa a Israel que le hubiera gustado morir cuando estaba haciendo el amor con él. A Israel, entonces, se le inundan los ojos de lágrimas. Y se produce otra vez la magia. María Morales resplandece en medio de la vorágine dialéctica y filosófica provocada por Pascal Rambert. Solo por verla a ella, merece la pena ver este ‘Ensayo’. ¡Pedazo de actriz!.

Ensayo escena 8 © vanessa rabade

Espléndida María Morales en un momento de su monólogo. Detrás, Jesús Noguero la observa atentamente. Fotografía: Vanessa Rábade.

Tras los dos primeros monólogos, Elejalde baja al patio de butacas donde está situado el equipo de música y pone la canción, ‘De amor ya no se muere’. Está muy bien este momento desconexión a mitad de la obra, y es muy necesario para que el público se relaje y respire por unos minutos. También es muy simpático ver  a Israel entonando los acordes del mítico tema de Gianni Bella, mientras agarra a Fernanda Orazi y le susurra al oído. Una canción que sirve para dar paso a Jesús Noguero, -el escritor de la obra que están ensayando-, y protagonista del tercer monólogo. Con la garra que le caracteriza, Noguero nos ofrece una gran actuación que destaca fundamentalmente en dos escenas. La primera, cuando se dirige hecho una furia a Orazi que está en el patio de butacas, pérdida y sin rumbo. Sus gritos retumban por todo el teatro.  La otra es, cuando confiesa a Israel que él, por encima de todo y durante toda su vida, ha querido ser su amigo, que es otra forma de amar. Especialmente hermoso es cuando le dice que se empezó a fijar en él mientras lo veía leer. Según Noguero, los hombres somos lo que leemos y es muy sintomático observar a las personas cuando están leyendo. A través de los pechos, expresan todo lo que van sintiendo en cada párrafo.

Israel Elejalde es el responsable del último monólogo y, como es habitual en él, nos da un lección de interpretación. Israel tiene un dominio asombroso del escenario y una técnica increíble que demuestra en cada gesto, en cada palabra, y en cada mirada, y no solo cuando está hablando, sino también cuando está escuchando. Su monólogo, dentro de la complejidad de Rambert, está cargado de momentos brillantes. Me gusta particularmente aquel en que Israel confiesa que los hombres no nos oxigenamos con el aire, sino que lo hacemos con los sueños. Y me encanta cuando hace esa llamada -a voz en grito- pidiendo a los jóvenes que no dejen de soñar, que la historia no está escrita todavía y que sigan soñando, que actúen. Israel está magnífico cuando habla de la libertad para amar y de ese corro del amor entre todos. Son muy bonitos los gestos de complicidad que tiene cuando se acerca a Fernanda y le acaricia las manos, o cuando se da esos abrazos llenos de amor y cariño con María Morales.

Israel, Jesús, María y Fernanda hacen un trabajo realmente extraordinario y pienso, sinceramente, que sin ellos, esta obra de Pascal Rambert necesitaría muchísimos más ensayos. 

Aldo Ruiz

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