CALIFICACIÓN.- EXTRAORDINARIA: 10
Carlos Lorenzo da vida magistralmente a Montgomery Clift en un bellísimo monólogo escrito por Alberto Conejero y dirigido por Alberto Velasco, que se representa los domingos de octubre en ‘Nave 73’
Recuerdo cuando estudiaba ‘Historia del Arte’ en el colegio. Yo era un crío de 11 años y tenía que aprenderme el nombre de las grandes catedrales, los cuadros más cotizados, las esculturas más famosas o los pintores más importantes. Un día, después de darle muchas vueltas, le pregunté a la profesora qué cualidades debía reunir un trabajo para que fuera considerado una ‘obra de arte’. Ella, -doña Santa-, se quedó completamente bloqueada y no acertaba a responder a mi pregunta. Días después volví a insistir y le pregunté quién decide qué es arte, o qué no lo es. Pero nunca, por su parte, hubo una contestación que me satisficiera. Hoy, veinticinco años después, tengo clara la respuesta. Y más, después de ver historias como ‘Cliff (Acantilado)’. Esto, para mí, es una obra de arte.
Lo cierto es que, cuando un autor del talento de Alberto Conejero se adentra en la figura de Montgomery Clift, para relatarnos su atormentada vida, era de esperar un trabajo sobresaliente y, así ha sido. Estamos ante una verdadera joya, poesía por momentos, un maravilloso texto que Carlos Lorenzo se encarga de interpretar de manera portentosa, ofreciéndonos un auténtico recital. Con una historia tan poderosa y un enorme actor, Alberto Velasco pone la guinda al pastel, deleitándonos con una magistral puesta en escena. Durante los 70 minutos que dura el monólogo, el ritmo no decae ni un solo instante, y Velasco nos regala escenas realmente sublimes, dirigidas con absoluta elegancia, como si fueran auténticos planos de cine. Indiscutiblemente, esto no hubiera sido posible sin la espectacular escenografía de Alessio Meloni, la brillante iluminación de Luis Perdiguero y la atmósfera musical creada por Mariano Marín.
La historia de Cliff comienza una madrugada de mayo de 1956: Montgomery Clift –que por aquel entonces le disputaba a Marlon Brando el primer puesto en el star system de Hollywood- yacía con el rostro, empapado de sangre, en el volante de su Chevrolet. Acababa de tener un accidente mientras regresaba de una fiesta en la mansión de Liz Taylor. Avisada por un amigo que había presenciado el accidente, la actriz corrió hasta el lugar de los hechos y salvó a Clift de morir ahogado extrayéndole dos dientes que se le habían clavado en la garganta. Montgomery fue sometido a cirugía plástica y fue Taylor quien evitó que la prensa le molestara durante su estancia en el hospital y le fotografiase hasta que su cara fuera reconstruida. Desde este fatídico momento, el actor ‘sobrevivió’ diez años, y filmó una decena más de películas, algunas tan memorables como ‘Vencedores y vencidos’ o ‘Vidas rebeldes’. Desde aquella madrugada, trató de no enloquecer mientras asistía al feroz combate que libraba su alma contra la máscara de galán hecha pedazos. Un combate salpicado de alcohol y cirugías, de amantes perversos y de pastillas, pero del que siempre mantuvo a salvo su inmensa devoción hacia su oficio de actor.
Hasta el último día de su vida Montgomery luchó denodadamente para conseguir el sueño deseado de ser Treplev en ‘La Gaviota’ junto a Elizabeth Taylor, deseo que fue el motor de sus últimos años. Era su última posibilidad para ser feliz; su asignatura pendiente: entrar al teatro de la mano de Chejov: el sueño que podía salvarlo todo o que podía hundirlo aún más, como así fue. Desgraciadamente nunca consiguió meterse en la piel del mítico personaje del teatro ruso, así como tampoco logró el ansiado Oscar. Su última nominación fue como mejor actor de reparto por ‘Vencedores o vencidos’ (1961) en un memorable papel de solo 7 minutos. Finalmente, cuando parecía que se iba a alzar con la ansiada estatuilla, su nombre no fue el elegido. ¡Genial la recreación que hace Carlos Lorenzo de ese dramático momento. Es increíble cómo su rostro pasa de la ilusión al dolor en solo unos segundos!
Además de este episodio, en ‘Cliff (acantilado)’ están reflejados los capítulos más importantes de la vida del actor. Su dolorosa niñez, el ascenso a la fama, el acoso de los paparazzis, su encuentros sexuales furtivos, su encubierta homosexualidad, su amistad con otras dos grandes estrellas de la época, Marlon Brando y Elizabelth Taylor, y sus gravísimos problemas con el alcohol y las drogas. Todo está contado de manera tan real y, tan de verdad, que acabas interiorizando la angustia que llega a sentir ese hombre. La fotografía de Carlos Lorenzo tumbado en el suelo, en medio de decenas de botellas de cristal, no puede ser más desoladora, y al mismo tiempo más brillante. ¡Cuánto talento por parte de Alberto Velasco! ¡Y qué decir del ‘momento accidente’ recreado con la lámpara. Sencillamente genial!. La escenografía de Meloni es absolutamente maravillosa. El comienzo con los paneles al fondo, las proyecciones, los disparos de la cámara polaroid, el teléfono… tantos y tantos detalles. Todo está cuidadísimo, y junto a la fantástica iluminación y la excelente ambientación músical, nos transportan directamente a la época dorada de Hollywood, a aquellos años 50 en los que Montgomery Clift se convirtió en una de las grandes estrellas del celuloide.
23 de julio de 1966. Diez años después del terrible accidente, y completamente solo, el actor murió a los 45 años por complicaciones de salud debidas a su adicción al alcohol y las drogas. Se encontraba en su apartamento neoyorquino de la calle 61. Cuenta la leyenda que, sus últimas palabras las pronunció, cuando la asistenta le preguntó si le gustaría ver ‘Vidas Rebeldes’ en la televisión, a lo que Clift contestó con rotundidad: ‘No, en absoluto’. Supuestamente, estas fueron las últimas palabras de esta gran leyenda del cine, que ahora, 50 años después de su muerte, todos recordamos gracias a esta obra de arte escrita por Alberto Conejero. Cliff (acantilado), de aquí a la eternidad.
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