CALIFICACIÓN.- 6’5
Había muchísima expectación por ver la adaptación de ‘La vida es sueño’ de la Compañía Nacional de Teatro Clásico a cargo de la compañía Cheek by Jowl. Sus codirectores, Declan Donnellan y Nick Ormerod, dirigen su primer montaje con un elenco de intérpretes en español. Si bien es el segundo montaje perteneciente al repertorio del teatro clásico de nuestra lengua, -ya que en 1989 llevaron a las tablas Fuenteovejuna, de Lope de Vega-, este es el primero que Donnellan dirige interpretado por un elenco de actores españoles formado por Ernesto Arias, Prince Ezeanyim, David Luque, Rebeca Matellán, Manuel Moya, Alfredo Noval, Goizalde Núñez, Antonio Prieto e Irene Serrano.
En primer lugar y, a nuestro pesar, tenemos que decir que el montaje del prestigioso director británico no ha cumplido con las expectativas, al menos con las nuestras. La trágica historia de Segismundo, príncipe heredero de Polonia encerrado en una torre desde su nacimiento por su propio padre, es una de las obras más reconocidas del Siglo de Oro español y, para muchos, el texto cumbre de Calderón de la Barca. A través de la historia de Segismundo, el dramaturgo formula preguntas universales sobre la libertad y el destino. Una obra con un gran poso filosófico que en la versión de Donnellan y Ormerod desaparece por completo.
Habitualmente, nos encanta el teatro de Cheek by Jowl y ese toque lúdico y desenfadado que le imprimen a los grandes clásicos del teatro europeo y especialmente a las historias de Shakesperare. Pero en esta ocasión, Donnellan no está afinado, parece no haber captado la esencia de ‘La vida es sueño’, ese espíritu que sí reflejó de forma genial Calixto Bieito en el año 2000 -en una espléndida versión que vimos en Almagro- o Helena Pimenta hace diez años en el Teatro Pavón con Blanca Portillo dando vida a Segismundo.
Durante una hora y cuarenta y cinco minutos, Cheek by Jowl lleva a escena la historia de Segismundo con el sello inconfundible que les caracteriza pero sin lograr captar la esencia de Calderón. Ya desde el principio, Donnellan y Ormerod arrancan la adaptación como si fuera un vodevil, con 7 puertas por las que van entrando y saliendo los personajes a ritmo de música de comedia. Este recurso -que puede resultar rompedor en un principio- se va disipando a medida que transcurre la representación, y no tiene solidez. Quizás, a las nuevas generaciones que no hayan visto nunca representada ‘La vida es sueño’ les puede gustar, pero nosotros que hemos disfrutado mucho del teatro de Donnellan y nos encanta esta obra especialmente, no nos resulta nada convincente. Se queda en un ‘quiero y no puedo’.
Dicho esto y, aunque pensamos que no es el mejor de sus montajes, nos ha gustado mucho la puesta en escena planteada por Donnellan en la que destaca el espacio escénico de Ormerod. Lo primero que se observa al entrar en el Teatro de la Comedia es el proscenio totalmente desnudo con una pared en el centro del escenario con siete puertas por las que entran y salen los personajes. El concepto de que la vida es una representación está muy presente de principio a fin. Respecto al resto de elementos de la puesta en escena, nos ha encantado el magnífico diseño de luces de Ganecha Gil. Es muy bonito y realmente efectista.
Sin duda alguna, uno de los puntos fuertes del montaje de Donnellan es la actuación del protagonista, Alfredo Noval. Aunque empieza un tanto titubeante en su primer monólogo -por indicaciones claramente del director-, poco a poco el actor se va soltando y nos brinda una interpretación sorprendente y llena de fuerza. Si el montaje de Donnellan probablemente divida a los espectadores, la actuación de Noval pensamos que gustará a la gran mayoría del público. Destacar también a Ernesto Arias, magnífico dando vida al rey Basilio, presente durante toda la representación, derrochando presencia escénica -imponente- y una extraordinaria dicción.
Completan el reparto: Rebeca Natellán (en la piel de Rosaura), David Luque (Clotaldo), Manuel Moya (Astolfo), Goizalde Núñez (muy graciosa dando vida a Clarín), Irene Serrano (Estrella), Antonio Prieto y Prince Ezeanyim.
Lo más grave del montaje de Donnellan es el planteamiento general del mismo, llenándolo de recursos dramáticos artificiosos (como la escena del despecho de Rosaura contada como si fuera una escena de ‘Friends’, o el recurso de la declamación hiperrealista del texto por parte de Noval) que ensombrecen, cuando no tapan directamente, al verdadero protagonista, que no es otro que el texto de Calderón, con su ritmo y musicalidad. Tú puedes vestir a los personajes de lagarterana y hacer una escenografía barroca o zen, pero no es de recibo hacer perder el sentido a una joya de la literatura dramática en español como es el texto de Don Pedro. Quizás es que Donnellan, en su condición de británico, no lo ha entendido.
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