CALIFICACIÓN.- NOTABLE: 7’5
Tras el tremendo batacazo de ‘Los Amantes Pasajeros’ y las desiguales ‘Los abrazos rotos’ y ‘La piel que habito’ me atrevo a decir que ‘Julieta’ supone el renacer del cineasta manchego. Muchos opinan que esta -su vigésima película- nos trae de vuelta al mejor Almodóvar. Yo no sé si es el mejor o no, porque eso es cuestión de gustos, pero lo que sí tengo claro es que éste es un nuevo Almodóvar que ha sabido reinventarse en ‘Julieta’.
Reconozco que fui al cine con muchos prejuicios y, más, después de leer algunas críticas, sin embargo me he encontrado con una película estéticamente prodigiosa, que he disfrutado mucho degustándola plano a plano. Es verdad que este Almodóvar es mucho más contenido e intimista que en el resto de su filmografía pero eso no es criticable ni mucho menos. Es simplemente la evolución de su cine y de su particular manera de plasmar su universo.
Me gustan muchas cosas de esta ‘Julieta’. Me encanta cómo Almodóvar utiliza los tempos para narrarnos una historia cargada de dolor y de silencios. Un relato que transcurre en varias décadas y en la que hay continuos saltos temporales y muchos viajes. ¡Ay que ver la cantidad de taxis y medios de transportes que salen en la película!. ‘Julieta’ es una película de mucho movimiento y grandes sentimientos. A nuestro juicio, uno de los guiones más depurados de su carrera. ‘Julieta’ también es una película de rojos y negros. De rojo pasión, de rojo sangre, de rojo vida. Rojo como ese corazón que Daniel Grao se tatúa en su hombro como símbolo de su amor. De rojos y de negros. Negro de dolor, negro de muerte, negro de luto. Porque muchas de las personas cercanas a la protagonista acaban tristemente desapareciendo.
La vigésima película del director manchego tiene algunas secuencias que, seguro, van a pasar a engrosar la larga lista de momentazos de Almodóvar a lo largo de su carrera. Por ejemplo, el relato del tren es fascinante, la forma en que está rodado, la utilización de colores, la increíble forma de mirar de Adriana Ugarte. ¡Y qué decir de la escena en que le están secando el pelo a Adriana y, de repente, le quitan la toalla y aparece Enma Súarez. Simplemente genial, al igual que el conmovedor plano en que Ugarte, de espaldas a la ventana, presencia el temporal, temiéndose lo peor!.
A las decenas de brillantísimos planos milimétricamente diseñados por el manchego, hay que añadir la magnífica fotografía de Jean-Claude Larrieu -que inmortaliza los hermosos paisajes en Galicia y Andalucía- y la maravillosa partitura de Alberto Iglesias que se ajusta como un guante a la historia creada por Almodóvar convirtiéndose en un elemento esencial para transmitir el inmenso dolor de la protagonista.
Para llevar a cabo esta historia, Almodóvar ha apostado por nuevas caras en su filmografía y la jugada no le ha podido salir mejor. Adriana Ugarte brilla dando vida a la joven Julieta y se come la pantalla con su frescura y su naturalidad. También está fantástica Enma Súarez, a la que el ganador de dos Oscars ha devuelto al primer plano regalándole uno de esos papeles que cualquier actriz anhela. Súarez nos conmueve especialmente en ese instante crucial en que, rota de dolor, recibe la carta de su hija doce años después de su marcha. Sin duda, uno de los momentos más emocionantes de la película. Un film en el que también destacan un atractivo Daniel Grao en la piel del bohemio Xoan, cada día más sólido como actor, y el eficaz Darío Grandinetti, que repite con el manchego.
Almodóvar demuestra que la dirección de actrices sigue siendo uno de sus fuertes y saca lo mejor de Inma Cuesta –en la escena del hospital-, de Rossy de Palma –genial dando vida a esa cotilla y austera criada gallega- y de Susi Sánchez, soberbia en los escasos minutos que sale en pantalla. Interpretando a la madre de Julieta, Susi nos brinda una de las escenas más almodovarianas de la historia cuando su hija va a visitarla y la viste con un traje sesentero y unas gafas fashion que no tienen desperdicio. También mencionar a una guapísima Michelle Jenner, estupenda en un cortito papel dando vida a Beatriz, y a la jovencísima Priscilla Delgado que destaca en la piel Antía (de niña).
Para aquellos que dicen que ésta es la menos almodovariana de sus películas, no estoy de acuerdo en absoluto. ‘Julieta’ es Almodóvar de principio a fin. Y a lo largo de 95 minutos queda bien patente. Ahí está su esencia; en su forma de rodar, en su estética, en su fascinación por los personajes femeninos, en el desgarro y el dolor de sus mujeres, en la temática de la maternidad y la relación madre-hija, un asunto muy recurrente en su carrera. Bien es cierto que aquí no hay lugar para ese humor tan característico de Pedro, pero es que la historia de ‘Julieta’ es demasiado dolorosa para ello.
Aunque estamos ante un notable guión, ‘Julieta’ tiene un inmenso vacío en su línea argumental. ¿Cómo es posible que el silencio y la falta de relación entre una madre y una hija que no se ven durante doce años, Almodóvar lo resuelva simplemente con dos conversaciones que mantiene Julieta con Ava (Inma Cuesta) en el hospital y con Beatriz (Michelle Jenner) en el patio del colegio? Es totalmente inexplicable. Esta historia necesita más explicaciones y una mayor profundidad en el tema crucial en la trama y se echa en falta un escenón entre madre e hija -como ocurre por ejemplo en ‘Tacones Lejanos’ que solucione o alimente más el conflicto. Tampoco me convence ese final tan tibio y precipitado con el que Almodóvar concluye su tragedia, aunque la explosión de la voz de Chavela Vargas y unos minutos de reposo ayudan a suavizar ese sabor tanto amargo que nos deja el desenlace. Lo que está claro es que ‘Julieta’ es una de esas películas que necesitas que pasen varias horas para poder digerirla en su totalidad.