CALIFICACIÓN.- SOBRESALIENTE: 9
Lo bonito de la vida, como dice esa maravillosa canción de Dani Martín, es que, a pesar de los palos que nos da a veces, siempre nos ofrece la posibilidad de levantarnos y mirar hacia delante. Hay que ser optimista y darse a uno mismo la oportunidad de ser feliz, siempre. A pesar de todo. Esto es, precisamente, lo que le ocurre a Alicia, la protagonista de ‘Las plantas’, una mujer rota de dolor, maltratada por la vida y cuya soledad se ha convertido en su única e inseparable compañera de viaje.
En ‘La rosa púrpura del Cairo’, –una de mis películas favoritas-, Mía Farrow se refugiaba en el cine e interactuaba con los personajes que salían de la pantalla, llenando así el profundo vacío que tenía. En esta obra, Alicia tiene muchos paralelismos con el papel de Farrow, pero en este caso, ella encuentra su evasión en sus plantas. Con ellas habla, se desahoga, llora, ríe, incluso también las riega. En un determinado momento -brutal por cierto-, ella se riega así misma, como si fuera otra planta que está prácticamente muerta, -uno de sus cactus, diría yo- , una planta que se ha dejado arrastrar por la vida y que tiene, incluso, miedo a enamorarse. Ella misma confiesa que prefiere los tríos porque el amor es cosa de dos.
Estefanía de los Santos compone uno de esos personajes que dejan huella y que, a medida que va contando su historia, más te duele. Te duelen sus palabras, sus gestos, sus miradas, te duele todo, porque es una mujer ahogada en las penas y que sigue metida en el pozo en el que se cayó cuando era una niña. -¿Y a dónde irán las penas cuándo se van?- Esta frase la repite en varias ocasiones a lo largo de la obra. Pero es increíble como, a pesar, de la dureza del personaje, la actriz es capaz, en un portentoso alarde de interpretación, de transmitir luz a través de unos ojos que se comen a los espectadores presentes en el Off del Lara.
A lo largo de los sesenta minutos, Estefanía de los Santos nos conmueve en un bellísimo monólogo cargado de momentos inolvidables como cuando ella se recrea viendo y escuchando la canción ‘I wish I knew how it would be to be free’ de Nina Simone. En ese preciso instante empieza a sentirse viva otra vez. También es genial el momento en que Alicia relata sus experiencias con la lefa, uno de los diálogos más divertidos de toda la obra.
Escrita y dirigida por Pablo Messiez, este maestro de la palabra, -que ya me cautivó con sus textos de ‘Return’ o de ‘Cenizas’, entre otros muchos-, dibuja, en esta ocasión, un retrato realmente emocionante, sobrecogedor y triste, muy triste, pero con un último mensaje alentador. Porque ‘Las plantas’, en el discurso final de Alicia, nos muestran que puede haber luz al final del túnel, porque todas las personas pasamos por largos túneles en nuestra vida y porque todos, alguna vez, nos hemos caído a un pozo. Pero nunca… nunca hay que desfallecer, porque mientras haya vida, hay esperanza.
Aldo Ruiz